Cuerpo en Venta

"En muchas ocasiones mi boca, un tanto desmesurada, me ha jugado más de un mal trago.
Aunque sin duda, mi carácter de toro encabritado fue el culpable de las mejores anécdotas. Qué, a pesar de causarme perjuicios insalubres, elaboraron varias sonrisas"

Era yo, un tipo feliz.
Quiero decir, todo lo feliz que un hombre puede ser caminando bajó el rayo del sol en la ruta en plena Navidad.
Podrán preguntarse, qué razón impulsa, a un ser bípedo, pensante, en pleno uso de su voluntad, a caminar, sin destino aparente, bajo la hostil y atenta mirada de una inminente catástrofe.
Podrán preguntarse eso y muchas otras cosas más. Obteniendo, por toda respuesta, un eco carismático y compañero. Mimoso y pegajoso.
Dentro de todo este inconcluso cuestionamiento, me aventuré, sin intervalos, al sendero cruel y amargo de vivir.
Pero, oh, que contento estaba yo. Vaya que sí.
Aproximadamente a las 14hs de la Navidad más desierta de toda mi benedictina existencia, atravesé la ciudad de Colón de Entre Ríos.
Rozaganti.
Hasta encontrar infraganti,
en la puerta del cementerio,
al fantasma de Canterville con cara de misterio.
Me saqué el mp3, por respeto al silencio y dejé al joven Gieco descansar.
La estadía dentro del mismo fue circular, y mi tránsito envuelto de una amabilidad de cotillón.
Qué bien hubiérame venido pues,
con esfuerzo, me agaché;
hasta topar con un batracio que sapo no es,
tarde lo ví al escuerzo, meóme el puto bicho será posible me cacho en dié.
Y así corrí del funesto sepulcral que, antes parecióme alegre para no quererlo ni en figurillas de papel crepé.
Al salir, en tránsito lento por calles de barro tal vez, olvidé al batracio y dí con un calor reacio.
Ya sin remera, pues obligome a prescindir de ella, creo yo llego al meollo que mollo diría: no erán más que seis y uno dijo ya, besáme, besáme, besáme.
Dirigí mirada mía hacia la taberna de la cual emanaba tanto machimbre y obturé al cosito más parlanchín de entre los suyos.
- ¿No 'cuchaste loco?
- No
- ¿Qué si no 'cuchaste loco? Te digo que cuánto vale.
- ...
- ¡Qué cuánto vale loco, te digo que me digás!
- No...
- ¡Dale loco! ¡Decime cuanto vale que te lo compro!
- Disculpame, sabés. Pero no tiene precio.
Y así, diose fin a la charla.
De entre la monada de machimbres de aquel hueco de cerveza, pool y excitación. Tuve el honor que uno de ellos, quizás el capote o el maricote, se interesase en mi sudado torso.
Pero, lejos de todo acto discriminatorio, de su aliento a caballo embriagado y su apariencia poco contenedora; me negué para evitar un combate de posibles tintes sexuales.
Y bueno, porque uno también tiene sus aires de diva.

Historias de Viaje - Diciembre / Enero - 2006 / 2007