
Entrada al Parque
Me acerqué a Temaiken, como quién busca argumentos para fundamentar una idea. Esta que no cambiaré, en lo inmediato, sobre el cautiverio de determinadas especies.
No voy a criticar negativamente la estructura del Parque, ya que puesto en comparación con el Zoológico de Palermo es un paraíso, aunque aún muy diminuto en función a la naturaleza misma.
¿Qué es Temaiken? ¿Un zoológico quizás? ¿Tal vez un centro de domesticación de lo salvaje? ¿Quizás un circo?
Cuando yo leo la frase “Principales Atracciones”, no puedo pensar en otra cosa que una práctica circense. Al menos, adjudíquesele el nombre que más se prefiera, una práctica enfocada a los animales humanos, a satisfacer sus “necesidades”.
Pienso que hay diferentes escalas en el reino animal.
Estamos nosotros, los más grandes animales de la historia. Los únicos capaces de causar daño, en pleno uso de nuestra conciencia.
Luego hay tres tipos de animales, los domésticos, los comestibles y los salvajes.
¿Con qué fin? Compañía, protección, socialización, intercambio.
Toda regla tiene su excepción. Pero no me parece mal que exista ida y vuelta entre diferentes eslabones del reino animal. ¿Acaso entre, lo que se llamamos mascota, y nosotros no puede nacer el amor? ¿No existen sobradas demostraciones?
¿A quien se le ocurriría que un animal, en este caso domesticado, sería incapaz de sentir?
Es cierto eso del pez grande que come al pequeño. El natural curso de la vida desperdiga cazadores y presas.
Aunque nunca he visto a un animal, que no sea humano, cazar por deporte.
Eso, está más que claro, remite a una pérdida de la verdadera necesidad.
Si podemos ingerir verduras y carnes: ¿Qué necesidad podemos encontrar en desear todas las carnes de todos los animales del mundo? ¿Qué clase de ambición de poder nos inclina a pensar que aniquilar todo lo que tocamos nos hace superiores?
Si podemos vivir comiendo la carne vacuna, porqué ir tras conejos, delfines, ballenas, perros.
No voy a seguir con la lista morbosa que se me presentó en la mente.
Tienen dos patas y todo lo que encuentran a su paso lo desnaturalizan.
No hay más salvajismo que en el animal humano.
Acaso un Tigre de Bengala que se pasea con un juguete en la boca es salvaje. Quizás nos parezca silvestre un Suricata que, desde lo alto de una roca, vigila, por así decirlo, mientras observa a un montón de sujetos sacarle fotos.
Seguramente un Buitre encuentre natural ese montón de rocas falsas que configuran su hábitat
Puede ser, que acercar a los niños a un simulacro de granja sirva para educarlos. Pero, servirá del mismo modo, mostrarles un acuario donde un tiburón no tiene hambre. Dónde circula como un caballito de mar en pleno amor con su compañero.
Con inocencia, también, y dicha de no poder percibir tristeza en la mayoría de los animales que viven en estos parques. Dentro de los cuales habitan simios y monos. Cuya fría y vacía mirada no olvidaré, sólo con la ilusión de un futuro inverso. Donde ellos, ojalá, hagan circos con nosotros cuando se cansen de vivir en los nuestros.

Tigre de Bengala jugando para el público.

Pelícano con ala mutilada.
Otras aves tenían lesiones similares.
¿Para que no escapen?

Un mono sobre árbol de piedra.

Tiburón sociable.
¿Es realmente así?