Mucho cree saberse acerca de este espacio. Que tal vez ni lo es.
Un reducto, muchas veces, pequeño y metálico como una protésis dental.
Acaso, también, más incómodo.
Ciertas personas lo creen una caja mágica, que nos eleva y nos desciende.
Pero. ¿Qué? ¿Un Ascensor no siente? ¿No llora? ¿No se pone triste?
Este ser, que muchos llaman aparato o, simplemente, transporte, hermitaño y solitario, desde la jubilada profesión del ascensorista, viaja todo el día y la noche, de ser necesario, con un sentimiento compungido inigualable.
El mismo que produce incomodidad, similar al silencio que se formula en el lecho del difunto, en sus viajeros; generándoles la necesidad de llenar ese vacío con conversaciones efímeras e inconsistentes o con la observación minuciosa de la llave que abrirá la puerta al salir, la misma que traspasamos todos los días sin la mínima duda.
"Sudaba, como una ballena en Ascensor. A la consejera de esta locura, sele frunció el francés". Ricardo Mollo, sabio cantante del Rock nacional, se ve que ha experimentado esta afixia y este mutismo incómodo en pleno ascensor.