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jueves, diciembre 22, 2005

Un día más

Abro los ojos.
No veo luz, pero ya sé que es un nuevo día.
El ruido del motor del 114 en la esquina de casa, la gente que pasa gritando a las 8 am por la ventana de mi cuarto y Neo y Kali que quieren comer. La señal del llamado del hambre es clara. Neo me muerde el pelo y Kali maulla lengueteandome la cara.
Me levanto, tambaleo y llego al baño en doce pasos, mas o menos.
Me enfrento al espejo lo mejor que puedo y me limpio los dientes. Siempre me pregunto, como puede ser necesario que repita esta rutina 3 a.m., 8 a.m., 13 p.m. y 17 p.m. ¿Esto me hace Metrosexual?
Sigo mi recorrido a la ducha, mas para despabilarme que para otra cosa, mientras los niños juegan con el agua en la otra punta de la bañadera.
Me visto como rayo, con el traje de chico bien y las camisas acordeón. Alimento a mis felinos compañeros, leo el diario, tomo un horrendo cafe medio frío y con mi bolsito me voy de la casa.
Tengo la obsesión de cerrar la puerta y golpearla para ver si se abre, manías de paranoico.

Camino tres cuadras hasta la estación Pueyrredón. El mismo boletero, la misma gente, las mismas caras, el mismo guarda, el mismo lugar en el tren. No puedo ser tan sincrónico.
Todos los días son como un maldito deja vu.
Al llegar a retiro, el mismo señor de todos los lunes a viernes me toma el boleto y yo miro hacia arriba para comprobar que el globo rojo con forma de corazón y gas en su interior siga allí arriba, controlando todo, espiándome.
Veo la hora en la torre de los ingleses, o en nuestra torre con estilo inglés. Redoblo el paso y en contrapicada de 200 mts.
Pero las agujas se me van, no puedo evitarlo.
Mi realidad me golpea cuando entro al laburo, ahi comprendo que todo los días los estoy soñando, igualitos unos a otros.
Tengo que ser más creativo.
Soñar otra gente, otro escritorio. Soñarme a mi mismo y dejar de mirar el espejo, sino voy a perder el tren y todavía no les dí de comer a los gatos.