Pequeño Homenaje a un Grande.
Era pendejo yo, era pendejo él.
Pero de qué mierda se cagaba de risa, ni idea.
¿Podés creerlo?
Mirá que con el enano eramos re-compinches, bueno, no digo que ahora no lo seamos, mirá sino, pero en ese momento teníamos menos obligaciones. Y viste, las obligaciones, la complicidad y la joda, van de la mano de la edad.
Yo vivía en su casa, prácticamente.
Me llamaban "el otro Juan Manuel", el amigo de la playa.
El enano me había metido a laburar con él y, yo, pendejo, acepté.
No me venía mal tener mis primeros manguitos.
Recién salido del colegio, tenía lo que quería.
Salíamos, íbamos a bailar, nos juntábamos por los bares, fiestas, caza de la inteligente y fútbol.
Claro, pequeño detalle en esta historia.
Que habilidoso era el enano, que hijo de su madre.
Tenía como una diablura en su gambeta, la pisaba, la amasaba.
Un día, antes de ir a uno de esos partidos, en su casa, la de sus viejos, en un barrio parque de La Boca, cerca de la cancha, ahí nomás de Lezama, estábamos como para salir. Pero como toda jornada Dominguera, la pachorra venía en picada.
Ahí lo ví al enano, tomando el típico café con leche en esa típica taza de vidrio marrón, cagándose de risa, casi atragantado, escupiendo las migas del pan con manteca y dulce de leche.
No recuerdo si le pregunté de que se reía, pero me pasó el motivo.
Ahí nomás, me acuerdo muy bien, me atraganté yo también.
Nunca más pude dejar de leerlo, ni de reírme al hacerlo.
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jueves, julio 19, 2007
miércoles, marzo 15, 2006
Aforismo (1)
Dónde pasé, dejé mi huella. Después, pavimentaron.
Roberto Fontanarrosa. El mayor de mis defectos y otros cuentos.
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