Conmovida estaba la primera fila.
Casi como anfitriones de lujo de una obra aclamada por un público analfabeto, como el bruto del teto que sólo pudo jugarlo con su prima la deforme.
Uniforme era su llanto, a moco tendido y puro desencanto.
Algo le molestaba, ese envoltorio no se parecía al corbatín acostumbrado.
Abrió un ojo, pues sólo tenía uno, y le costó comprender lo que veía.
Una sonriente barrita de cereal debatía sus calorías con la sorpresa de un jack blanco, un milka milhouse chocotorta expansible con yogur de fresas circulaba como árbitro, juez, amo y señor.
Observó que era todo, puro iris y abdomen, tibia, peroné y tapa de cardone.
La transpiración jugó su papel crucial y un dedo tras otro se fueron posando al ras de su cobertura glaceada, la misma que, transpirada, poco a poco se sintió ultrajada.
Molares, paletas y colmillos acorralaron su corteza de brownie tostado y una lengua presurosa dió en el centro de su corazón acaramelado.
La linda, días más tarde, luego de ese arrebato voraz de angustia, reenvió un fax interno de su paladar negro a su aparato digestivo.
Él, envuelto se vió girando, con una dulzura de góndola de maxiquiosco, dónde seguro la eficiente vauquita corrió mejor suerte.