De pronto pasó por mi mente un enjambre de palabras.
Levanté la mirada y las vi sobrepasarme.
Entonces agarré una, luego otra, otra más y otra.
Sentí ser canchero y agarré esa palabra, luego piola, piolín y goma.
Más tarde no pude evitar el pudor y pesqué la inocencia, luego la prudencia.
Un buen rato me tomó atrapar nombres de mujeres y de hombres.
Mi red ya no daba para más.
Rebalsada pedía descanso, pero claro; esa palabra no la había capturado.
Me encontré, luego de agarrar un rato y un buen rato, meditando el contenedor.
Entonces tuve el mundo, los árboles y la vía láctea.
Fue, de ese modo, cuando me creí capaz de vivir en mi creación.
Allí bajé y supe lo inevitable.
Vislumbré el caos.
No puedo estar en todo, algunas palabras se me habían escapado y todo se reproducía al unísono.