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lunes, junio 10, 2013

La Fantasía

Soy mi propio monstruo, pensé y apenas abrí un ojo tuve miedo de aventurar la mirada más allá de los límites de las sábanas. Tenía la firme sensación que la transformación estaba en su más temprana primavera y que sería lenta y tortuosa.
El peso de los pecados, en su mayoría silencios y delirios inconclusos, me fué encorvando hasta convertirme en este espécimen indescifrable. Aún así, pude empujar mi pesada y polvorienta piel de cetáceo deshidratado, hasta la división que separa el cuarto de la biblioteca. En puntas de pié tanteé la máquina que, tras dos intentos, pude colocar en la alfombra.
Siempre me sentí cómodo cerca de la superficie, eso de volar se me da antojadizo y arbitrario. Como que uno puede dar riendas sueltas y perder el hilo, la conexión con lo humano. El ancla.
Sentí calambres, esquirlas de un tiempo en pasado corriendo permanentemente hacia un futuro imperfecto. Abrí y cerré los puños, quizás buscando disipar un poco de torrente sanguíneo por mis vasos añejos. Levanté la mirada en busca de presión y la ví. Sobrevolando mi cabeza, las gotas me punzaban la frente y su aleteo movía mi cabello en breves pero fuertes brisas.
Lo comprendí, ella y yo estábamos de vuelta.

miércoles, agosto 29, 2007

Llamada Perdida

Miraba por la ventanita, una tras otra las líneas.
Las suyas, un tanto apresuradas, verborrágicas, ansiosas.
Las de ella, no sé. ¿Quién sabe? ¿Él, ella? ¿Yo?
En determinados momentos, sucede que nada me parece obvio. No creo en los mensajes, ni en las señales, el destino y el azar.
Cansado de tanta conectividad, de tanta virtualidad, salí a la calle con promesa de llamado. Pero me distraje, mirando las nubes, sintiendo el aire rodearme e inflarme la ropa a su paso.
En un segundo todo puede cambiar, y esas aves que se deslizaban imprudentes, pero libres y siempre ágiles, se llenaron de angustia. Se agitaron. Como la luz del semáforo peatonal que no logró inquietarme.
Al abrir los ojos todo estaba quieto. Ya no se si por recuerdo o por la magia de la grabación, las imágenes de lo que me iba a pasar se fueron proyectando.
Aún así no pude hacer nada. ¿Quién podría evitar un automóvil corriendo por la 9 de Julio si, éste, decide subirse a la isla y apretarnos entre fierros?
Cerré los ojos y los volví a abrir, caminando por la peatonal intenté el segundo llamado.
Tenía que dejar un rastro para creerme vivo.

A veces siento que sueño mientras camino, tengo miedo que algún día se hagan corpóreas mis fantasías o que todo lo que percibo lo esté construyendo por necesidad.