Estaba, yo, sentado, ahí.
Recuerdo, casi con nostalgia, como ayer, tu presencia.
Repaso, releo, y no puedo entender como me abandonaste en ese momento, en el peor, el más crucial de mi obsoleta existencia.
Se, porque si, que hubiera sido distinto. Todo.
¿Pero qué podía hacer yo?
Imaginate, dale. Ponete un poquito en mi lugar.
Porque si hay una cosa que nunca hiciste fue eso. Y me la banqué. Le dí para adelante. Aceptando el desafío y los títulos endosados.
Ladrillo por ladrillo fui adjuntando para, luego, pintar de un color medio afeminado y medio estridente, cada casita, cada ventanita.
Me hiciste falta en el peor momento y no bajé los brazos, aún más, tuve que elevarlos para bajar a ese puto pajarito que piaba de felicidad un "oh, que lindo está quedando todo".
Te esperé hasta el último suspiro, yendo al comedor a inspeccionarte en el espejo. Y nada. Impávida, indiferente. No surgiste.
Entonces, que se yo. Tengo que admitirlo. Esas cancionetas alegres se me fueron pegando, las tarareaba por lo bajo, eran pegadizas, viste. Pero fue sólo al principio, no creas que a mi todo se me hizo fácil. Que no sufrí. ¿Sabes?
Que no sufro cuando me acuerdo.
Mirá, no me hagas ni recordar.
Bastante tengo, ya. Cada vez que paso por la entrada del pueblo, de verdes jardines, de sonidos, juglares y mariposas pelotudas que se pegan cada tortazo por ir pensando en algún novio.
Este pueblo, buenaonda, alegre, pizpireto, que yo mismo tallé, a veces carmín y otras rubí, el mismo que no debería exisitir si vos, cara de culo, hubieras hecho una mueca, absurda, irremediable, pero mueca al fin, para evitarlo y evitarme el ardor en el cuello por llevar esta pesada llave.
Recuerdo, casi con nostalgia, como ayer, tu presencia.
Repaso, releo, y no puedo entender como me abandonaste en ese momento, en el peor, el más crucial de mi obsoleta existencia.
Se, porque si, que hubiera sido distinto. Todo.
¿Pero qué podía hacer yo?
Imaginate, dale. Ponete un poquito en mi lugar.
Porque si hay una cosa que nunca hiciste fue eso. Y me la banqué. Le dí para adelante. Aceptando el desafío y los títulos endosados.
Ladrillo por ladrillo fui adjuntando para, luego, pintar de un color medio afeminado y medio estridente, cada casita, cada ventanita.
Me hiciste falta en el peor momento y no bajé los brazos, aún más, tuve que elevarlos para bajar a ese puto pajarito que piaba de felicidad un "oh, que lindo está quedando todo".
Te esperé hasta el último suspiro, yendo al comedor a inspeccionarte en el espejo. Y nada. Impávida, indiferente. No surgiste.
Entonces, que se yo. Tengo que admitirlo. Esas cancionetas alegres se me fueron pegando, las tarareaba por lo bajo, eran pegadizas, viste. Pero fue sólo al principio, no creas que a mi todo se me hizo fácil. Que no sufrí. ¿Sabes?
Que no sufro cuando me acuerdo.
Mirá, no me hagas ni recordar.
Bastante tengo, ya. Cada vez que paso por la entrada del pueblo, de verdes jardines, de sonidos, juglares y mariposas pelotudas que se pegan cada tortazo por ir pensando en algún novio.
Este pueblo, buenaonda, alegre, pizpireto, que yo mismo tallé, a veces carmín y otras rubí, el mismo que no debería exisitir si vos, cara de culo, hubieras hecho una mueca, absurda, irremediable, pero mueca al fin, para evitarlo y evitarme el ardor en el cuello por llevar esta pesada llave.