Un cachorro tironea.
El árbol, muy fuerte para su prepotencia y esa torpeza de cachorro, de labrador alegre y pispireto.
Todo él.
Que alimento balanceado, que arroz con carne.
El cachorro devora, traga, no mastica, no saborea porque es cachorro.
Pedirle que madure es como pedirle al río que no fluya.
Pero el cachorro un día estira una rodilla y se le pianta un muslo, no de toro porque hay uno sólo, otro día la barbilla acusa más alegría y las canas evidencian que el reloj ha pegado más de una vuelta.
El cachorro mira el árbol. Comprende que jamás podrá tirarlo.
Camina, uno, dos y tres pasos. Se suelta de la correa y camina.
Ya no corre.
Vuela.