El Día que me apagaron la Luz

Era un día soleado, sin mas ni menos. Un día sin calculadoras ni tentadoras trepadoras.
Un día de aquellos que ya no son estos, lo cual los hace esos.
¿Viste que de pendejo uno se mama siempre? Pero siempre eh, o casi. Y después se pone medio melanco, medio que le da por el bajón reflexivo, medio llorón.
Es así nomás, el que no llora no mama.
Y ese día, el que te vengo a contar, el que te estoy contando, era un día para mamarse. Aunque ya era medio de noche, medio tarde, medio lejos.
Y fuimos con el errante viste, porque el se me la daba de grande, y vos sabés lo pequeño que es el muy petiso. Pero el amigo era un atorrante por esas épocas, tanto como yo, si te voy a ser sincero, si vamos a serlo.
La cosa es que era mi tutor, como un guardaespalda de casita de muñecas o de castillo de he-man.
Por ese entonces, a mi me gustaba la más fea del grupo. No por lo fulera, sino por lo trepadora.
La guacha me sabía pendejo, y viste como fuimos. Pendejos de Pe a jos.
Y yo la quería loco, para mí y nada más. Pero por el momento, por el sabor del encuentro o por la peluca de formento.
La cosa, para resumirte y que no te me aburras, es que le entré al tequila con limón. Pero cuando te digo que LE entré, es que lo hice posta. Osea, me fui de pico. Me zarpé de guacho y le guachié la botella. A la mitad o en su totalidad. Esa no me la acuerdo.
Y entré a la carrera del johnson y johnson ese y no me agarraba nadie. Pero nadie eh.
Y bueno, se me cruzó el quía ese. Un arbolito o la rama del mismo, pero bien grande el muy tronco.
Así quedé loco, nada de cagada a palos ni luchas libres.
Eso sí, yo no sé quién te contó todo esto, porque la verdad, a mi me apagaron la tecla farías mucho antes.