miércoles, septiembre 12, 2007

Precuela

En un día gris, nublado, bajo tierra, la oruga metálica arrastró su cuerpo estación tras estación. Él, sólo tuvo que activar sus músculos para combinar D con B.
Dedicó gran parte del viaje en contar los tornillos que sujetaban aquellos travesaños. Los encontró agolpados, fuera de lógica. A veces en cifras pares, otras dispares.
Luego, intentó establecer un patrón en cada giro de ventilación. Buscando un aire que no recibía, percibiendo el hedor revuelto, la transpiración, los gases.
Cercanos, a su brazo derecho, estaban los pasajeros. Aquellos sedentarios que no soportan estar parados, ya sea por el alérgico metal oxidado o bien, por la desagradable experiencia de flamear como banderín en sudestada.
Molesto, por la ordinaria disposición de cada cuerpo, viró la mira al extremo opuesto.
Allí, contento como mono bicolar, cada parte componente de una numerosa familia, sonreía, vaya uno a saber el motivo, de esa felicidad, cautivo.
El tiempo se detuvo o, bien, aceleró su pulso hasta el límite de la ruptura, de la paradoja.
Entre sus pares, ella elevó la frente. Articuló las rodillas hasta pararse en el centro de la formación.
Rubios sus cabellos, casi colorados, dorados al sol como el resplandor de sus pecas, las mismas que correrán a través de los años por todo su cuerpo, sobre todo en verano.
Alejó su mirada de aquella niña, con pudor de haber visto a su futuro amor, pero con la certeza de conocerla en todos los tiempos.

4 comentarios:

XXXX dijo...

Que extraño, parece una historia con personajes conocidos y propios de la vida cotidiana. Suena a una de esas historias tipo Montaña Rusa o Clave de Sol.

silvia camerotto dijo...

anagnórisis, espina? hermoso texto.

Juan Manuel Bruñol Silvani dijo...

garuffa:
Las novelas a veces se vuelven ciertas.
Los finales, quién sabe.

niñoespina

Juan Manuel Bruñol Silvani dijo...

sil:
Gracias sil.
Besos.

niñoespina